A Luis no le pareció mala idea. Después de varios meses de malas noticias incluso la encontró positiva. No tenía nada que perder, y si algo que ganar. Así que firmó; y poco después murió.
Su doloroso peregrinaje empezó con la detección de un cáncer de páncreas; y continuó con una mujer y dos hijas llorando, primero en el hospital, y luego en una triste ceremonia funeraria. Aparentemente terminó cuando viuda y huérfanas recibieron el sustancioso cheque que la empresa compradora de mi cadáver se había comprometido a pagarles. Para mí no terminó. No había hecho más que empezar.
No se como lo hicieron. Se que me desperté en lo que parecía un laboratorio. Hombres de blanco me dijeron que estaba muerto, que gracias a un fármaco me habían “resucitado”; pero que aún tenían que perfeccionarlo, y que mi contribución a la felicidad de la humanidad iba a ser crucial. No me hablaron del dolor, ni de la locura, ni de que me iban a diseccionar, ni de mis otros compañeros. Nadie me dijo nada del infinito sufrimiento que se puede provocar a un ser que ha perdido la capacidad de morir. Tuve que morir para sufrir los perversos experimentos que se pueden llevar a cabo uniendo varios cuerpos humanos, o partiendolos.
Ahora me han pedido que diga lo que piense. Uno de los blancos está tomando nota. Sólo me quedan el cuello y la cabeza. A cambió de hablar me han prometido que me congelarán y que así podré descansar (hasta que, quizá, un día me descongelen). No me fío. Pero no tengo más opciones: Vendí mi cuerpo.
Que inquietante...
ResponderEliminarMe ha gustado sobre todo el final.
Espero, sin embargo, que no desanime a la gente a donar órganos.
Me alegro de que te guste. Nadie se tiene que desanimar. Animo a todo el mundo a hacerse donante. Yo lo soy. Lo que no animo es a comprar y vender órganos... Gracias por tu comentario.
ResponderEliminar