Se tiró en el sofá y pulsó el botón. Se quitó las legañas de los ojos y bostezó. Continuó apretando botones, uno tras otro, mientas su humor pasaba del hastío al enfado, la esperanza, el miedo, y nuevamente al hastío. Tras un cuarto de hora zapeando decidió hacerse un café. Se levantó, con pereza, y se dirigió a la cocina; echó con desgana el instantáneo en un vaso: azúcar, leche y al microondas. Un minuto después tragó sediento. Volvió al sofá puso un canal de documentales y conectó el portátil. Miró el correo y el periódico. Acabó pronto; no había muchas novedades. Pasó los siguientes 20 minutos embobado, viendo un documental sobre el aborto de la gallina y sus aplicaciones comerciales. No le interesaba lo más mínimo, pero le mantenía la cabeza ocupada.
Volvió a internet. Revisó la seguridad de su conexión: wifi público, SSL, ip mask, id processor... Sonrió. No era mucho, pero al menos les costaría un poco dar con el; y eso no ocurriría hasta después. Encontró lo que buscaba: con 1,3 voltios tendría suficiente. Ahora ya era solo cuestión de esperar, de no hacer nada. Otra vez sin nada que hacer.
Cabreado se levantó y fue al baño. Odiaba esa sensación: tener tiempo y ganas y no tener nada en que aplicarlo. Odiaba tantas cosas... Por fin acabó. Se lavó escrupulosamente las manos y decidió que ese día comería congelado.
La comida estuvo lista pronto, una masa de alubias semiderretidas y algo pegadas que le aportarían proteínas y una sonora tarde. Comió con avidez mientras pensaba que tenía que ir al mercado a ver lo que dejaban los de los puestos. No le gustaba, siempre acababa peleado con algún pensionista, pero no le quedaba otra: el frigo estaba vacío.
Terminó de comer y se fue a la habitación. Saco del armario un saquito de fieltro y volvió al salón, Lo abrió. Dentro había una bolsa que desenrolló; otra, y una tercera, pero esta vez transparente y con cierre hermético. Tras estas barreras de polímero plástico una pieza rectangular de unos 30 gramos. Sonrió e intentó recordar la última vez que había fumado, era doloroso para él, fue justo antes de que ella... Ella. Su cara se dulcificó durante un instante, un instante en el que sentía sus labios y oía su risa, un momento fugaz en el que, olvidando todo lo que había sucedido, se sentía dichoso. Pero ella no existía; ya no. Mientras se liaba un canuto recordó lo feliz que fue durante unos pocos meses. Pasó la tarde fumando hasta que se quedo dormido frente a las pantallas.
Al otro día se levantó tarde, con el tiempo justo de ponerse las zapatillas y salir corriendo hacia los preciados despojos del mercado. Fumar le pasaba factura, llegó agotado. Se dio cuenta de que no llevaba bolsa. Enfadado fue echando las cosas en una cajita de fruta que encontró. No consiguió mucho: tomates blandengues, alcachofas negras y unas bananas. De pelearse con unos jubilados por unas acelgas no se libró. Volvió todo lo rápido que pudo a casa. Tuvo suerte y no se cruzo con ningún vecino. Al cerrar la puerta, respiró tranquilo. Pasó el resto del día fumando y bebiendo, con la tele puesta...
El despertador sonó a las 12:30. Miró por la ventana: hacía sol. Se metió en la ducha; se afeitó; se cambió de ropa; comió y repasó su plan desde el principio. Todo iba a salir bien. Se bebió la leche fría. Miró el reloj y se dirigió al dormitorio. Sacó del armario una mochila negra y la abrió: Una cámara de fotos, un netbook y un móvil. Sacó los dos últimos. Volvió al salón, cogió un par de baterías. Abrió un cajón y sacó de una cajita una tarjeta de teléfono. Volvió al dormitorio; puso las baterías y encendió el teléfono; lo volvió a apagar, insertó la tarjeta y lo guardó apagado junto con lo demás en la mochila. Antes de irse cogió un libro al azar y una botella de agua. Cerró de un portazo. Se acordó, pero no echó la llave.
Salió de casa y se fue dando un paseo hasta la parada de tranvía. Sacó billete hasta la última parada. Estaba nervioso. Se metió un orfidal en la boca. Al cabo de 10 minutos había llegado. Ya no le temblaban las manos. Atravesó un par de avenidas y alcanzó el parque, el más grande de la ciudad. Miró el reloj: faltaban 20 minutos.
Se dirigió a su banco favorito. Estaba vacío. Se sentó y sacó el netbook. Lo enchufó; activó la tdt. Cambió de canal. Allí estaba. La entrega de Premios MEA (Mejores Empresarios del Año). Dejó el portátil apoyado en el banco y sacó el móvil. Lo conectó y lo guardo en el bolsillo.
Diez minutos, solo diez minutos le separaban de su objetivo. Miró con disimulo a su alrededor. No percibía nada extraño. En el portátil plano general: sentados en distintas mesas el presidente, varios ministros y ministras, peces gordos de la banca, empresarios gordos, algún que otro mafioso y distintos altos cargos, todos ellos con sus respectivas parejas. Pensó que era perfecto. El reloj del netbook marcaba las 13:23.
Siete minutos. Sacó la botella de agua y bebió un poco. Pensó: no había texto reivindicativo. Siguió mirando la pantalla. Un olivo centenario presidía el gran salón. El había sido el encargado de preparar el sustrato de la inmensa maceta rectangular de mil litros. Un sustrato muy especial, a base de poca tierra y mucho abono, más algo de nitrato amónico, ácido sulfúrico, agua oxigenada y acetona en las proporciones adecuadas. Santa internet fuente de todo conocimiento - pensó mientras sonreía.
Cinco minutos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. El teléfono del olivo debería haberse activado automáticamente. Metió la mano en el bolsillo y se tranquilizó al tacto del móvil. Todo iba a salir bien. Todo estaba perfectamente planeado. Siguió deleitándose en sus pensamientos mientras seguía mirando la transmisión.
Dos minutos. Sudaba. Iba a ser su momento de justicia poética.
Un minuto. Saco el móvil y lo mantuvo en la mano. Ahora se había levantado el presidente; avanzaba directo hacia el árbol como forma más rápida de llegar al estrado. Pulsó el botón de llamada del móvil. Al mismo tiempo que el presidente alcanzaba el olivo un ensordecedor estallido sonó en el salón; la pantalla quedó cubierta por algo viscoso y marrón. Mierda.
¡Mierda! Casi soltó una carcajada. Había salido a pedir de boca. Mierda y más mierda por todos lados. Perfecto – pensó mientras sonría. Habían cambiado de cámara. Ahora podía ver las caras de asco de todos los presentes, sus trajes llenos de manchas, sus caras. ¡Que felicidad!. Por primera vez en mucho tiempo se sintió feliz. Se levantó rápidamente.
Mientras caminaba hacia ninguna parte tiró el móvil en un contenedor de plástico y la tarjeta en una alcantarilla. Probablemente le detendrían... ¡Llenos de mierda! Hacía tiempo que no era tan feliz... ¡Ricos de mierda! Aquello se recordaría años... ¡Mierda somos y en... Su imagen se fue diluyendo entre la gente.
Muy bueno. Poca mierda tuvieron si lo comparamos con la que ellos reparten.
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