Sophie Debriss no podía creer lo que le estaban contando. Había un lugar llamado Europa donde el agua salía gratis de una cosa llamada fuente. Y la gente tenía grifos en sus casas que no necesitaban monedas, incluso algunos disponían de grandes tinajas abiertas llenas de agua en las que se metían para bañarse y, los más ricos, tenían pequeños lagos en miniatura que utilizaban para nadar y zambullirse (le estarían tomando el pelo, pensó). Intentaba imaginar todo aquello y no lo conseguía, le faltaban referencias; lo que si entendía era lo diferente de su situación: los grifos estaban en la calle, y no daban agua si no era a cambio de monedas. Oficialmente nadie moría de sed, oficialmente ella no existía... Corría el año 2007...
Sophie Debriss no podía creer lo que le estaban contando. Hubo un tiempo en Europa en el que la gente tenía derecho a que le atendiera un médico, por ley, y aunque no tuviese con que pagarlo. Nadie moría en las calles enfermo, ni de hambre. Estaba muy mal visto. El gobierno se preocupaba de la gente (se preguntó si no le estarían contando una mentira...). Y todo eso era gracias a una cosa llamada impuestos. Todo le sonaba muy extraño. Su mundo no era así. Aquí si no tenías dinero no existías, y como no existías no se te contaba ni como muerto... Corría el año 2083...
Las dos Sophie Debriss, tatara-buela y tatara-nieta, nunca se conocieron, pero las dos pasaron por la misma vivencia; una en Johanesburgo, en 2007, con 14 años, la otra en Londres, con 12, en 2083; las dos murieron por culpa de aguas infectadas, intoxicadas o directamente fecales que bebían a falta de nada mejor.
Las dos pasaron su vida rodeadas de alambradas: alambradas que les impedían el acceso a los ríos (propiedad privada), alambradas que las separaban de los ricos, alambradas para dormir y protegerse de las hienas y los perros salvajes.
Las dos tuvieron su primera “experiencia sexual” siendo violadas.
Las dos fueron madres solteras.
Las dos murieron sin esperanza y sin saber que sólo un poco más allá de esas alambradas Jauja existía.
Las dos tuvieron una hija. Una alcanzó los 17 años, la otra murió más joven, fue asesinada a los 11. Ninguna de las cuatro encontró jamás motivo ni causa para una vida tan miserable.
Y es que buscaban muy lejos, cuando lo tenían tan cerca; justo encima de las cloacas de las que bebían agua, justo debajo de unas doradas letras que si hubiesen sabido leer hubiesen pronunciado como “BANCO”.
Allí, otras Sophies, otras Debriss, rechazaban el agua por sosa, tiraban la comida por aburrida, se emborrachaban de drogas y pubertad junto a maridos caligulizados de orejas largas, y sabían... sabían muy bien del precio de su felicidad, del coste de sus caprichos, de como conseguían lo que tanto se merecían...
Allí, en la cúspide: el hombre rico, poderoso, macho arrogante de doradas plumas e indiferente edad que sobrevuela sus dominios de hombrecillos, brujas y pequeñas golosinas.
Vasos comunicantes; miseria y riqueza. Si una crece, crece la otra, si una baja, la otra ya ha bajado. Este concepto no lo tenían ninguna de las Sophies del mundo, demasiado ocupadas en sobrevivir la mayoría, simplemente demasiado para la minoría…
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