Muchos aún celebráis cada 24 de de mayo aquel acontecimiento, que liberó a la humanidad hace ya 37 años. Aquel fue un ataque militar sin precedentes, lleno de contrastes. El más global y exitoso de la historia de la humanidad, provocado por apenas un centenar de mujeres y hombres. Un ataque devastador que hizo temblar los cimientos de la civilización, para traer la época de mayor prosperidad y paz que jamás conoció el planeta Tierra. Yo fui uno de los hombres que intervino en aquel ataque, aunque mi participación no estaba prevista.
Poco o nada se puede añadir, que no esté dicho, sobre el pequeño país que financió la operación. Ni sobre el grupo de mujeres y hombres que la hicieron posible. Todos conocéis sus historias. Pero pocos sabéis de mi accidental participación en los hechos...
La crisis económica del 2008 había hundido el mundo en una era de oscuridad sólo comparable con la Edad Media. Para 2025, países como Grecia estaban en manos privadas; los estados estaban desapareciendo y con ellos las democracias. El dinero lo compraba todo, lo era todo. Eras culpable o inocente dependiendo del dinero que poseyeras. Ministerios como el de justicia, economía o interior habían privatizado su gestión. Doscientos millones de personas morían en el mundo cada año de hambre. Pero todo eso ya lo sabéis, aparece en cualquier libro de historia.
Yo no quería ser cómplice de todo aquello. Tampoco estaba en condiciones de serlo. Limpiaba zapatos a base de trapo y escupitajos a todo aquel que se dejaba, para luego pedir la voluntad. Como voluntad había poca no sacaba más que para una dosis alimentaria de mil calorías diarias: una pasta viscosa que vendían en tubos, y que según rumoreaban estaba hecha con la carne de los miserables que iban muriendo (algo que nunca se pudo demostrar, por otro lado), que apenas me daba fuerzas para levantarme cada mañana. Complementaba mi dieta con lo que iba encontrando en las basuras, que era bien poco, pues tenía que ganarlo en dura lid con otros miserables como yo, o con perros, o con gatos salvajes, dependía del día. Total, que mi vida era una absoluta mierda, como la del 95 % de la población mundial. Así que no os aburriré más. Solo quería poneros en antecedentes para que entendierais un poco mejor mi conducta...
A lo largo de aquel día ciento siete artefactos fueron dispuestos estratégicamente por todo el planeta. Nueve de ellos en las alturas, en globos aerostáticos. El resto en tierra; casi todos en pequeñas islas. En la mayoría de los casos fue sencillo escamotear los pesados cilindros de un metro veinte por quince centímetros de diámetro en coches y furgonetas aparcados en el centro urbano. Pero, como ya sabéis, en las grandes ciudades, como la city, hubo que recurrir a los globos...
Aquella tarde deambulaba por Hyde Park, como tantas otras, mirando el suelo en busca de algún papel de dulce que relamer (a veces los niños de los ricos iban allí con sus niñeras y sus escoltas a merendar). Al principio no me fijé en aquel payaso desaliñado que arrastraba su triste carrito de globos. Parecía que no vendía muchos. Y no me extrañó pues cada vez se alejaba más de Hyde Park Corner, y en vez de dirigirse hacia el lago Serpentine por Rotten Row (las zonas más transitadas y donde más habría podido vender), se aventuraba por los caminos secundarios del parque en dirección a Speakers' Corner. Cuando me fui a dar cuenta estaba siguiéndole...
Empujaba el carro lentamente, como si pesara mucho, y de vez en cuando miraba hacia atrás. Como yo iba a cierta distancia por un camino casi paralelo, no me veía. Tardamos casi diez minutos en llegar cerca de Lovers Fountain. Eran las ocho y cincuenta y ocho y rápidamente anochecía.
Se detuvo junto a unos árboles y tras cerciorarse de que no había nadie cerca (al menos eso creía él) saco del carrito una especie de bolsa con arneses color plateada y la extendió sobre el suelo. Yo decidí ocultarme tras unos arbustos no muy tupidos, pero que cumplían perfectamente su función (la de permitirme ver sin ser visto). Después de esto, soltó de sus sujeciones al carrito lo que parecía ser una bombona de gas un poco rara (llevaba dos) y la engancho a los arneses de la extraña bolsa. A continuación conecto la segunda bombona de gas que llevaba a la bolsa. Iba a abrir la llave de paso cuando todo sucedió...
Aparecieron dos hombres, no sé muy bien de dónde (aunque me imagino que si no me vieron era porque se habían acercado por Park Lane). Llevaban pistolas y mientas apuntaban al payaso, se identificaban como policías y le pedían que levantara las manos.
- ¡Levanta las manos! ¡Cabrón!
- ¡Sí! ¡Qué las veamos bien! - No he hecho nada. Solo estaba inflando unos globos.
- ¡Te hemos dicho que arriba las manos! ¿Estás sordo?
- Tranquilos. No he hecho nada. Están muy cerca y si me disparan podrían hacer explotar todo el helio que hay aquí...
Más que verlo lo oí. Fue muy rápido. Tres disparos. Aún hoy me pregunto como le dio tiempo al payaso de disparar dos veces tan certeramente antes de caer herido de muerte. La curiosidad me pudo y me acerqué, pensando, por qué negarlo, en la posibilidad de encontrar algunas libras en sus carteras.
Los dos policías yacían en el suelo, con un tiro en la frente. Rápidamente les robé hasta la calderilla, pero ningún objeto personal (el hambre hace que nos comamos nuestra moral, pero yo tenía y tengo mis límites). Luego me acerqué al payaso; aún respiraba. El tiro le había atravesado el cuello y se estaba desangrando. Intentaba hablarme. Pero sólo consiguió balbucear:
- Hazlo. ¡Lanza el globo! Por nosotros. Por los pobres. ¡Lánzalo!
Luego murió. Estaba perplejo. Durante unos segundos no supe que hacer. Pero enseguida lo tuve claro. Sin perder un instante abrí la manecilla de la bombona de gas todo lo que pude y el globo plateado comenzó rápidamente a inflarse. Pronto los arneses comenzaron a tensarse mientras el globo iba subiendo. Estaba nervioso. Alguien podía haber oído los disparos. El cilindro se separó un centímetro del suelo. ¿Como iba a separar el globo del manguito que lo unía a la bombona? La respuesta vino sola: el globo se elevó cada vez más rápido hasta que bruscamente se separó del manguito y del carro y siguió subiendo y subiendo (debía llevar alguna válvula con auto-cierre). Cuando me alejé de allí el globo ya debía estar a unos 50 metros de altura.
No fui consciente de en que había participado hasta unas horas después, cuando las bombas ya habían explotado. Fue un rumor que pronto pude corroborar: nada funcionaba en la city. Nada, ni agua, ni semáforos, ni luz, ni metro... durante días cundió el caos, pero mereció la pena...
Los paraísos fiscales habían saltado por los aires (metafóricamente hablando); ciento siete bombas EMP (o de pulso electromagnético) habían estallado en las noventa y siete ciudades y territorios declarados centros offshore del mundo. Gracias a los rayos gamma liberados fueron borrados de un plumazo los fideicomisos, los trusts, los IBCs. Placas de ordenador achicharradas y circuitos electrónicos inservibles. Una pequeña parte de los habitantes del mundo, apenas diez millones, perdió cuatro veces el valor del planeta; algunos de estos ex-hiper-ricos se arruinaron, el resto dejó simplemente de controlar la economía mundial y con ella el planeta. Los residentes en las zonas pulsadas también se vieron afectados, puesto que las infraestructuras de las ciudades quedaron paralizadas, pero fue una situación que “solo” duró algunos meses (y no había habido muertos...).
Sin ordenadores que dieran constancia de ello los ex-hiper-ricos no podían demostrar que habían perdido dinero. ¿De qué te sirve una cuenta numerada, si esta estaba en un ordenador, y dicho ordenador ya no existe? (ni él, ni sus copias espejo, ni nada que contuviese un chip) Muchos maldijeron el día que abandonaron los soportes ópticos...
Como sabéis los gobiernos aprovecharon este momento de debilidad e incertidumbre de los señores de los mercados para darles un golpe de gracia. Políticos mangoneados hasta la saciedad encontraron la ocasión perfecta de vengarse. Por toda Europa primero y luego en EEUU y el resto del mundo se promulgaron leyes que impedían conceder créditos a personas físicas o jurídicas que tuviesen o hubieran tenido dinero en paraísos fiscales. Para muchos sus propias reclamaciones fueron su sentencia de desahucio. Sin crédito y sin efectivo. Estaban acabados... Pero todo esto lo habéis oído mil veces...
Solo quería contaros esta, mi pequeña contribución al Gran Cambio. Yo también viví con regocijo aquellos días posteriores de la Gran Transformación... y desde entonces he visto un reparto mucho más justo de la riqueza. Saber que ya nadie muere de hambre, ni por beber aguas infectadas da paz a mi espíritu.
¡Afortunados! No habéis conocido esos tiempos en que veíamos a la gente morir mientras cenábamos (yo entonces era un niño), en los que se echaba a la gente de su casa para que un banco la tuviera cerrada durante años (como hicieron con mis padres), en la que una vida humana valía menos que nada. Todo aquello terminó gracias a las EMP. Por eso creo que aquel fue “el bombardeo más humano de la historia” (aunque desgraciadamente hubo dos muertos).
Ahora que ya lo sabéis me siento morir en paz...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.