Otra noche más borracho como una cuba y sin saber que hacer. Otra, deseando que no amanezca para que el sol no saque a la luz sus miserias. Ya ni consigue perder el conocimiento...
Eran las tres de la madrugada cuando decidió que se iba a poner a dibujar. Cogió la botella de vino barato de la que estaba bebiendo y se sentó frente al ordenador. Empezó a garabatear con la vieja tableta ...
Se dibujó a sí mismo. Pero lo que vio no le gusto. De hecho le horrorizó tanto que decidió no parar hasta hacer algo que le satisficiera.
Así que siguió bebiendo, borrando, dibujando, una noche tras otra durante tres meses...
Se dibujó mil veces. Y en ninguna se vio reflejado. Fue tan frenético su trabajo que pronto pudo participar en una exposición. Y triunfó.
Ya no volvió a beber vino barato. Su serie “Los demonios que me forman” fue un éxito de tal envergadura que pronto se editaron litografías numeradas. Nadaba en dinero y alcohol (del bueno). Y no volvió a dibujar nada. Las fiestas y presentaciones, entrevistas e inauguraciones llenaban todo su tiempo. Sus escándalos las portadas de los tabloides.
Era un tipo de éxito. Hasta que se suicidó: saltó por el balcón de un decimoséptimo piso, con una botella de cabernet en la mano.
Nadie entendió el por qué. Y tampoco le importó. Había nacido una leyenda, y bajo el brazo traía varios trabajos desconocidos. Los mejores según la crítica...
Escenas macabras, sangrientas, perversas, en las que todos los personajes tenían su cara (cara que al mismo tiempo era sutilmente diferente en cada uno de ellos), conformaban estos dibujos, desconocidos para el público, que lo harían inmortal. Sólo un dibujo no llamó el interés del público y la crítica: “Fin”.
Así se llama este dibujo en el que sólo se puede ver una gran mancha de tonalidades rojas. Ahora está olvidado en un rincón de una casa de subastas.
¿Será demasiado complicado darse cuenta de lo que se parece este dibujo a la mancha que dejó en el suelo tras saltar? Quizá.
¿Rayará el mal gusto decir que éste fue realmente su único autorretrato? Seguramente.
¿Será de locos insinuar que el artista huyó de una realidad que le asqueaba? ¿Quién sabe? A lo mejor huyó de sí mismo...
Yo sólo sé que perdí la cordura al mismo tiempo que los principios; fue el día que descubrí que los buenos siempre pierden. Desde entonces lucho por dibujarme bien... ¿Y tú?
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