Guerras Zombie

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Mi padre no se equivocó: había acabado en el ejército. Siempre me dijo que había nacido con poco cerebro, y que tendría que vivir de mi cuerpo; quizá fuera así, o quizá nadie nunca se molesto en averiguar mis aptitudes. Sea como fuere allí estaba, en mi primera misión real, cagado de miedo y deseando no haber tenido que llevar aquel incómodo casco integral de combate que mejoraba mi visión, impedía que me infectara, y no se cuantas cosas más, pero que también evitaba que me llegara el mítico olor a napalm.... ¡Mierda!
Se suponía que iba a ser una misión sencilla. No había muchas posibilidades de que encontráramos zombies; los chicos de aire hacían muy bien su trabajo. Pero nunca se sabía, últimamente se decía que habían aprendido a protegerse bajo tierra.
Con la vista al frente seguí avanzando. Teníamos órdenes de limpiar toda la zona. Últimamente su número se había incrementado notablemente en las inmediaciones de la ciudad.
Todos eramos novatos, excepto el teniente, un tipo feo y curtido que sabía lo que se hacía. Provenía de una familia de larga tradición militar. En cada generación de su familia alguien había luchado y muerto en una guerra, defendiendo su patria. Era todo un cabrón; un cabrón con muchos cojones.
El teniente marcó un número con la mano, había visto algo. Todos ocupamos el puesto indicado en la formación y apoyamos las ametralladoras contra el hombro. De repente tres zombies aparecieron delante de mí.

          -  ¡Mátalos! ¡Mátalos antes de que te maten a ti! - vociferó el teniente.

Apreté el gatillo sin pensarlo. Una ráfaga de ametralladora, y tres cuerpos cayeron inertes, y casi descuartizados. Me dio el mayor subidón de adrenalina de mi vida. Estaba eufórico.
De repente cientos de zombies aparecieron por todas partes rodeándonos, intentando abalanzarse sobre nosotros. Eran mucho más rápidos de lo que nos habían dicho. Nos rodearon.
No me di cuenta. Uno se abalanzó sobre mi por detrás y me arrancó el casco. Creí que iba a morir, o peor, mucho peor, que me iba a convertir en uno de ellos...
Cerré los ojos, pensando que era mi postrera hora, pero pasaron los segundos y no ocurrió nada, así que volví a abrirlos. Lo que vi a continuación fue horrible: lo que nos atacaba no eran zombies. Sucios, andrajosos, pero no eran zombies, eran personas; como yo...
Más tarde, después de unirme a ellos, aprendería que los cascos no solo expanden la realidad, sino que también la manipulan. Por eso nos insistían tanto en que nunca nos lo quitáramos, y nos decían que era mejor morir al destino que nos esperaba si lo perdíamos...
Mis compañeros de unidad, también capturados, no quisieron aceptar la realidad, y fueron ejecutados.
No eran zombies, eran personas... solamente personas... personas que habían tenido la desgracia de estar de más para el sistema, de ser innecesarias...

1 comentario:

  1. Espectacular!!!! Me encanta ....gracias por estos momenticos Ramón :-)

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