La O con un canuto

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Reservado y menudo, aquel viejo siempre llamó mi atención. Tenía fama de amable y erudito; pero a mí y a mis amigos nos daba miedo. De hecho, no fue hasta que descubrí el significado de aquella palabreja, “erudito”, que me decidí a dirigirle la palabra (para entonces yo ya tenía 9 años; y aquel hombre había vivido siempre allí, como nosotros). Fue el verano de 2097. Lo recordaré toda mi vida, aquella conversación la cambió radicalmente...
Aquella tarde estaba aburrido, de todo: de navegar por internet, de jugar a la consola, de los amigos, del centro comercial. Así que cogí mi vieja enciclopedia táctil y busque el significado de aquella palabra que tantas veces había oído referida a mi vecino y cuyo significado desconocía.

erudito”: “persona instruida ampliamente en múltiples ciencias, artes o técnicas; sabio”.

¡Ahh! ¡Era un sabio! Eso le convertía en una persona interesante. Quizá pudiera aprender muchas cosas del él... y no aburrirme tanto.
Sabía que cada mañana se sentaba en el parque, en un banco, a la sombra, y se quedaba mirando a la nada mientras sujetaba una cosa cuadrada entre sus manos. Así que decidí acercarme a saludarlo; como no sabía su nombre, dije lo primero que se me ocurrió.

           - ¡Hola erudito!

El viejo levanto la mirada y me observó durante un rato. Parecía que me estaba leyendo el cerebro. Empecé a ponerme nervioso, y sonreí; ya iba a salir corriendo cuando de sus labios salió una voz dulce, aunque un poco ronca.

           - Hola. Tu eres el hijo de los vecinos, ¿no?

           - Sí.

           - ¿Y qué quieres?

           - ¿Por qué sabes que quiero algo? ¿Por qué eres un sabio?

        - ¿Quién te ha dicho esa tontería? Lo sé porque desde que somos vecinos nunca me has dirigido la palabra; y se nota que me tienes miedo.

Sin duda aquel viejo era un sabio. Lo había adivinado todo. Decidí que yo también quería ser un sabio.

           - ¡Quiero que me enseñes a ser un sabio! Como tú. - le espeté.

Me miró sorprendido. Luego se rió.

           - Eres muy joven para ser un sabio. Además no creo que tengas aptitudes.

           - ¡Sí que tengo “altitudes” de esas! ¡Lo que pasa es que no quieres enseñarme!

         - Lo que no quiero es perder el tiempo contigo. ¡Si no sabes hacer la O con un canuto! Vuelve a tus videojuegos y déjame en paz. Será lo mejor para los dos.

No estaba siendo muy amable. Me estaba diciendo que no podría ser sabio; con la ilusión que me hacía. Y que no sabía hacer la O. ¡Anda que no!

           - ¡Pues que sepas que eres muy antipático! Y yo la O la sé hacer perfectamente ¡Mira! OOooo – dije sin ser consciente de la incoherencia que acababa de decir. Y también se escribirla en mi teclado táctil, y dictársela a mi ordenador, y... y... (ya no sabía más).

En aquel momento el hombre cogió un viejo trozo de tubo, que antes formara parte del banco, e hizo algo increíble. Los ojos se me abrieron como platos. Era lo mas parecido a la magia que había visto nunca. De la nada había hecho aparecer una O en el suelo de tierra. Asombrado y ansioso le pedí que lo repitiera.
El viejo volvió a apoyar un extremo del tubo contra el suelo, lo giró varias veces y... - ¡Ohh! - al levantarlo, había formado una O perfecta en el suelo. Jamás había visto algo así. No en el mundo real.
Pero la cosa no acabó ahí. Dejó el tubo donde lo había cogido y sin decir palabra se puso a mirar el suelo, como buscando algo. Al fin, tras unos segundos que se me hicieron eternos, decidió coger un solitario palo de piruleta. Y lo que hizo me volvió a asombrar: lo fue arrastrando y levantando por el suelo hasta formar una palabra: ¡ERUDITO!
Nunca había visto algo así; ni en las pantallas táctiles, ni en los 3D. ¿Cómo había hecho aquello? Las palabras no me salían de la garganta, así que él fue el primero en hablar.

           - Esto que acabo de hacer se llama “escribir”. Es algo que ya nadie recuerda, pero que no hace un siglo todo el mundo hacía. La gente leía y escribía. No sólo órdenes a  los  ordenadores, o unas  cuantas palabras acompañadas de imagen como mensaje;  usaban miles,  decenas de miles de palabras.  De hecho se reirían de nuestro “examen de las 2.000” palabras para conseguir la ciudadanía...

Siguió hablando y explicándome. Yo estaba fascinado. Y él se dio cuenta. Así que me acepto como su aprendiz y discípulo. Fueron años en los que tuve que estudiar y practicar muy duro, y me esforcé. En un año ya era capaz de escribir con soltura sobre el suelo de tierra, y en tres de leer, sin ayuda de diccionarios, los libros del viejo (al fin sabía lo que hacía cuando iba al parque: leer libros).
Para mi dieciseisavo cumpleaños Miguel, que así se llamaba el viejo, me consiguió unas viejas y amarillentas hojas de papel, cuya procedencia se negó a confesarme, y una pluma – literalmente – que, según me dijo, había hecho él mismo, con una pluma de pavo. También un poco de tinta, sacada de un obsoleto “cartucho de impresora” (a saber que era eso). Fue la primera vez que escribí sobre papel. Y me gustó tanto que ya nunca pararía. Poco tiempo después mi querido maestro Miguel murió, legándome sus conocimientos y su selecta biblioteca.
Yo enseñe a otros jóvenes, compañeros y amigos, y estos a otros, y a otros; y la práctica se fue extendiendo, más y más. Escribir en el suelo. En las paredes. En papeles. Leer. Muchos jóvenes se dieron cuenta de que no necesitaban de la electrónica en todo momento para comunicarse, de que la escritura era más difícil de controlar, más subversiva, y mucho más íntima.
En cinco años el fenómeno era imparable. Surgía una nueva forma de comunicación no controlada por la autoridad. Por doquier aparecieron más y más escuelas clandestinas de escritura. Los vídeos en Internet enseñando a escribir proliferaban como setas. También los que explicaban como fabricar tu propia tinta, y tu pluma (durante un tiempo pavos y pollos lo pasaron francamente mal). Al mismo tiempo la gente ampliaba su vocabulario. Ganaba en precisión al expresarse. Leía libros. Libros que no estaban en las tabletas; ni en la red. Los copiaba para que otros los pudieran leer. Se los pasaban. Y todo cambio...
El Gobierno Mundial no aguantó una huelga mundial para la que no estaba preparado, no supo contestar la dialéctica de unos ciudadanos que estaban mucho mejor armados de palabras y razones. La caída del que había sido el último intento desesperado por sobrevivir del capitalismo no se hizo esperar. El Fascismo del Capital se vino abajo, y con él una abominable y vergonzante era.
Lo demás, el presente, y también el futuro, es lo que estamos escribiendo ahora entre todos. La esperanza vuelve a brillar para todos, y en parte, es gracias a una palabra: “erudito”.

- Gracias Miguel... sin ti, aún seguiría sin saber hacer la O con un canuto...

3 comentarios:

  1. Interesante boceto de un futuro posible.
    No obstante lo creo imposible debido al adocenamiento que la mayoría de nuestros congéneres padece, además de otros males fruto del éxito obtenido por la corriente única.
    Ya te pueden quitar derechos, bajar el sueldo, expulsarte de la carrera… que nadie hará nada.
    Es en la falta de empatía donde mejor podemos darnos cuenta de cómo el individualismo ha ganado la batalla al hombre.
    Nadie responderá por otro, pero tampoco lo hará por el mismo.
    Salu2
    PD: ¿Podría ayudarme? ¿Por qué el maestro se llama Miguel y luego José?
    “…Para mi dieciseisavo cumpleaños Miguel, que así se llamaba el viejo…”
    “…Poco tiempo después mi querido maestro José murió, legándome sus conocimientos y su selecta biblioteca…”

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    1. No hay que perder la esperanza, la historia de la humanidad esta llena de acontecimientos impredecibles y hechos insólitos...
      Con respecto al nombre del maestro, es Miguel; me equivoqué, pero ya he corregido el error. Gracias. :)) -aunque he de reconocer que he tenido la tentación de contestarte que se llamaba Jose Miguel... ;)) -

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