Los nuevos superhombres no leen a Nietzsche...

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Foto original de Wyscan


Los nuevos superhombres no leen a Nietzsche, ni a casi nadie. No tienen tiempo para eso. Están demasiado ocupados dirigiendo el mundo desde su amoral atalaya tecnológica. Esa que les permite estar por encima de cualquier ética y actuar mucho más allá del bien y del mal, hasta donde solo el dinero puede alcanzar. Desde allí, desde ese lugar de excesos y secretos, hacen lo que quieren porque pueden, sin tener que dar explicación a nadie. Porque Dios no existe. O porque si existe, consiente...
Ellos, al contrario que el resto de la humanidad, no han necesitado esforzarse, mejorar, ni aumentar sus capacidades cognitivas para sobrevivir; se han convertido en una casta de borderlines (mirad los árboles genealógicos de casas reales europeas, dictadores asiáticos y magnates de los hoteles con nombre de capital europea). Por eso desprecian tanto el conocimiento, y le temen; le tienen tanto miedo que estamos sufriendo la mayor censura cultural que la humanidad ha vivido desde la Edad Media (SOPAS, ACTAS, SINDES). La información es poder, y eso es algo que sus asesores saben muy bien.
Nunca se ensucian las manos, ni para lavar un plato, ni para abrir una puerta, ni, por supuesto, para condenar a millones de personas al hambre, la enfermedad y la muerte. Para eso ya tienen esbirros, sean estos abogados o asesores financieros, y “el servicio”. Es una postura muy cómoda: yo no sabía nada, todo estaba en manos de mis asesores; oí rumores, pero no veo porqué tenía que darles credibilidad...
La empatía en ellos brilla por su ausencia, y no es de extrañar. ¿Qué se puede esperar de alguien que ha crecido en una familia desestructurada? ¿O como llamaríais a esas familias en las que los padres (juntos o por separado) viven en eterna adolescencia en un extremo del mundo y los hijos permanecen internados en el otro? Familias que sólo se reúnen dos o tres veces al año, y cuando lo hacen es con la profiláctica presencia de nannies, titas, mayordomos y demás parafernalia. Familias sin vínculos afectivos; de hecho sin otro vínculo distinto del apellido y el dinero. Personas acostumbradas a no esperar, a conseguir siempre lo que quieren; sin haber pedido nunca nada, sin deberle un favor a nadie; siempre exigiendo, ordenando, con la prepotencia del que se cree por encima de los demás. La solidaridad no existe para ellos más que como forma de estupidez, de debilidad. Los fuertes no la necesitan. Y solo los fuertes merecen sobrevivir. Que casualidad que los más fuertes sean ellos...
Ven los problemas del mundo y sólo ven un culpable: nosotros. Somos muchos, y somos más débiles. No nos conocen, nunca se han rebajado a vivir en la sociedad real. Se mueven en un micromundo conformado por la élite mundial. No nos conocen, les damos miedo. Consumimos mucho y somos innecesarios; sobra mano de obra para su modelo consumista y capitalista. El trabajo está completamente devaluado. Solo el dinero capta su tiene interés.
No quieren ver que cada uno de ellos consume con cada hora de vuelo en jet privado tanta energía como se consume conduciendo un automóvil durante un año, 24 horas al día, sin parar (y ellos vuelan mucho, y son legión). No quieren ver que para hacer exclusivo lo que consumen hay que hacer pasar mucha miseria a mucha gente. De hecho ellos no ven gente, ven cosas; cosas que molestan, que no molestan, que son útiles.
No están solos. Tienen toda una corte global de adoradores anónimos que sueñan con ser como ellos, o al menos como sus esbirros, y por tanto los justifican. Nos tienen a “nosotros”. Esa masa informe de cómplices por unas migajas que nos hemos negado a reconocer lo que teníamos ante nuestros ojos. Locos por comprarle al gigante rojo (por la sangre que derrama de sus ciudadanos, que no por sus ideas) el último smartphone. Sorprendidos de que ahora, en un mundo global, se nos quieran aplicar las mismas medidas que al resto de ciudadanos del planeta. Incrédulos. Pensando aún (como los judíos camino de los crematorios) que no puede ser verdad, que no puede estar pasando. Pero está pasando. Nos van a matar de hambre y enfermedad. En Grecia ya han empezado. Más de la mitad de la población mundial está de sobra, y se la va a dejar a su suerte. ¿Vosotros en que lado de la linea creéis que vais a quedar?
Lo de Grecia parece premonitorio: de cuna de la democracia a mortaja de ésta. Pero nos da igual. ¿Verdad? Mientras tengamos conexión a Internet, mientras nuestro pequeño mundo no se desmorone del todo, para que hacer nada. ¿Qué podemos hacer? Si sólo somos unos cuantos cientos de millones. Si nadie nos escucha. Si el gobierno hace lo que quiere...
Somos culpables, por cómplices y por consentidores, y ellos lo saben. Y se aprovechan de nuestro sentimiento de culpa para hacernos merecedores de sus recortes: si en “tal sitio” están tan mal, como me voy a quejar yo. Pues haciéndolo. Informándote (menos tele y mas buscar en Internet). Saliendo a la calle. Contándole lo que piensas a tu familia, a tus amigos. Abandonando tu cómodo sofá para ir a manifestarte (aunque no te guste la pinta de todos los asistentes). ¡Votando! ¡Coño! ¡Que aún podemos! Y en última instancia, haciendo caso a Santo Tomás de Aquino cuando habla de leyes injustas.
¿Tan poco nos importan nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros amigos y vecinos? ¿Tan poquito nos consideramos que nos vemos incapaces de hacer algo? ¿Tan inútiles somos? ¿Van a tener razón?
Nosotros tenemos el número y la mayoría. Ellos sólo el dinero. Y el dinero vale lo que nosotros queramos: desde nada hasta infinito. Los animales no pastan dinero, no rumian dinero, no cazan dinero, no comen dinero. El dinero debería ser lo que los ciudadanos quisiésemos que fuera y no lo que unos cuantos quieren que sea (un bien preciado en manos de unos pocos). El dinero, como las matemáticas, es una herramienta muy útil; pero como tal debemos reclamarla y no como un fin.
Muchos me diréis que eso ya es así, pero es mentira. Pensad en otras herramientas; un ordenador, o un martillo, por ejemplo. Las queremos porque las necesitamos para lograr un fin, ya sea este clavar un clavo o acceder a Internet; y una vez conseguimos nuestro objetivo, las guardamos hasta mejor ocasión (cuando nos hagan falta); pero no decidimos acumular millones de martillos, ni de ordenadores. Eso no nos da ninguna ventaja, ningún beneficio. Acumular dinero sí. Nos da poder. Sólo se me ocurren dos cosas que funcionen como el dinero: el ya citado poder, y las drogas duras. Y el abuso de todas ellas sólo conduce a la esquizofrenia.
¿Entendéis en manos de que panda de lunáticos hemos dejado el poder? ¿Entendéis lo que nos está pasando? No esperemos a que aparezca un nuevo Nerón, porque esta vez el incendio será global. ¡Saquemos el líder que llevamos dentro! ¡Lideremos nuestras vidas!

2 comentarios:

  1. Leyéndole, diría que lo hubiera escrito yo.
    Pertenezco a los movilizados de baja intensidad.
    Pertenezco por decisión propia a viejas ideas olvidadas.
    Si aquellas que se arrinconaron sabiamente por el devenir de los tiempos, en pos de un nuevo compromiso interclasista.
    Ahora sin columna vertebral que nos sostenga, burbujeamos amorfos ante pantallas planas, sin criterio, con miedo por cinturón de seguridad.
    Leer este pequeño articulo me hace ver que no ando solo.

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  2. No estamos solos. Creo que ahora, más que nunca, es muy importante que sumemos nuestras voces.¡Ánimo con tu blog!
    http://maxwellclarck.wordpress.com/

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