Sueños comatosos

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Manifestación - Obra de Antonio Berni (Buenos Aires - Argentina)



No me podía creer lo que estaba pasando a mi alrededor; mi mundo, el mundo de millones de occidentales se estaba desmoronando. Todo se estaba viniendo abajo. Y nadie sabía que hacer. Era como en esas novelas de ciencia ficción que tanto me habían gustado (especialmente esas de peris1404), solo que ahora todas las calamidades imaginables estaban cayendo sobre la humanidad cual justicia divina. No ésta, o aquélla. ¡Todas! ¿Acaso algo así podía ser real?

La economía, la sociedad, y gran parte de la ciencia, se habían remontado a la Edad Media. Ciudades estado, corporaciones multinacionales y pequeños, y no tan pequeños, señores de la guerra establecían la geopolítica del mundo. La crisis fue la excusa perfecta para acelera la acumulación de riqueza. El falso y fallido intento de salir de ella, mediante una guerra global (en 1940 la hubiesen llamado mundial) iniciada en Oriente Medio y culminada en Canadá, aceleró el agotamiento de los recursos combustibles fósiles. Como consecuencia de la conflagración vastas zonas quedaron completamente vedadas para cualquier forma de vida (casi un tercio del planeta).

No me gustaba. Deseaba escapar, despertar, huir de una situación que me desbordaba. Sentía angustia, miedo, desesperación, pesimismo. Y sobre todo apatía, mucha apatía. ¿De qué servía hacer nada? Ya sabía la respuesta: de nada. Lo poco que de bueno podía haber tenido la humanidad se estaba perdiendo en una loca carrera por la supervivencia. Tenía ganas de morir. Lo que realmente quería hacer era suicidarme...

¿Qué había llevado a la humanidad a aquella época de barbarie? Todo. Pero todo no hubiera sido suficiente. Faltaba el cambio climático: entre otras cosas perdimos las estaciones, y nos acabamos quedando prácticamente sin agricultura. Las hambrunas fueron terribles, y el canibalismo se convirtió en el pan nuestro de cada día. Todos los humanos que seguían vivos lo habían practicado; todos, sin excepción. Los que no lo habían hecho no podían ser considerados humanos; eran los mismos monstruos que habían provocado aquella crisis de 2008 y todo lo que ocurrió a continuación; ellos y sus vástagos...

Mi hija me hizo volver a la realidad. Lloraba; tenía hambre. Abandoné mi pequeña siesta y fui a darle de mamar. En cuanto se me agarró a la teta se calmó. Yo me tranquilicé, me entró cierto buen humor. Mi hija era lo más bonito que había hecho nunca. Por ella todo merecía la pena. Incluso luchar por un mundo mejor. Incluso pensar que todo aquello era real. Me puse a tararearle una vieja canción que me había enseñado mi abuela, una de un tal R.Martin... ta-ra-ra ra-ra tarara-rarara... y volví a mis oscuros pensamientos.

Todo iba fatal. Lo fácil sería desaparecer. Cada vez estaba más convencida de que era imposible que todas aquellas catastróficas desdichas hubieran acontecido. Cada vez estaba más segura de que estaba en coma o algo así; quizá en un hospital público, quizá en un mundo en el que el estado del bienestar (incluido el bienestar del planeta y de todos los seres que lo habitan) se había universalizado. Podría suicidarme, y quizá así despertar en un mundo mucho más amable...

¿Pero? ¿Tendría en ese mundo a mi hija? ¿Tendría lo que más quiero? ¿Lo que me ha provocado sentimientos que jamás fui consciente de poder albergar? No lo sabía. No sabía si era real. No podía saberlo, así que mi decisión era irrevocable: mientras mi hija siguiera existiendo en aquella pesadilla yo estaría allí, con ella. Si estaba soñando siempre podían pasar cosas inesperadas, y buenas. Solo tenía que hacer que mi mente fuera positiva, pro-activa... y lo hice.

Estoy luchando por un futuro mejor para mi hija. Ayudando a otros que están peor que nosotras. Haciendo trabajillos por horas. Escribiendo panfletos contra El Poder por las noches. Y leyendo, leyendo mucho.

De eso ya han pasado tres años; y en absoluto me arrepiento de mi elección. Sea un sueño o no, mi hija ya tiene tres años y medio. ¡Y me llama mamá! Está preciosa y la estoy enseñando a contar. Es una niña fuerte. Saldremos adelante. Hay más como yo, aprendiendo, luchando por un mundo mejor. Parece mentira que ahora, sin Internet, casi sin acceso a los libros, sin escuelas, la gente sea mucho más culta que en cualquier tiempo pasado.

Nuestros héroes han cambiado: ya no son deportistas, ni artistas, ni ricos, ni nada parecido... son gente del barrio, del pueblo; como el médico que el mes pasado curó la malaria de la amiguita de mi hija, o las albañiles que están levantando un nuevo depósito de agua para el pueblo, o el cuentacuentos que cada tarde-noche llena las mentes de los más pequeños de bellas historias que se convertirán en dulces sueños, o el policía que el otro día desertó y se nos unió con lágrimas en los ojos. He recuperado la esperanza, y a ratos, hasta soy feliz...

Solo algo ensombrece mi espíritu de tanto en tanto, y es la sospecha de que en el mundo “real” era distinta, completamente distinta. Alguien que no sabía lo que es trabajar ni compartir, ayudar ni agradecer, alguien de quien me avergonzaría mucho...

¡Pero estoy aquí! ¡Y no pienso volver a lo de antes!


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