John
Jesús, JJ, es un patriota. Como sus padres. Como sus abuelos. Como
sus vecinos. Por eso cada mañana, cuando se levanta, lo primero que
hace es ver si hay alguna actualización para su Dron Wars III. No es
sólo el mejor juego del momento, sino también la actividad más
patriótica que un chaval de su edad puede hacer en su tiempo libre.
Hoy
es Truceday, y JJ se ha levantado un poco más tarde, pero no
mucho más. Sus padres a pesar de ser festivo han ido a trabajar;
últimamente tienen un IP (índice patriótico) muy bajo y si siguen
así los echarán.
A la vez que instala las últimas mejoras del Dron
Wars III y las configura, va dándole desganados bocados al
desayuno-stick que ha cogido del armario-cocina. “Todo lo que tu
cuerpo necesita por la mañana en menos de un minuto”, dice la
publicidad. Pero la verdad es que nunca se lo ha terminado en menos
de cinco, y eso con la ayuda de un par de vasos de agua.
Cuando
acaba, se sienta ansioso en su cabina de juego. No es de las más
modernas. Se la compraron sus padres cuando salió el Dron Wars II.
Pero cumple su cometido: impedir que nadie le interrumpa en plena
misión. Se pone las gafas Reality-Aumentada y enciende los
controles. Tiene 3 Wings y puede elegir dron y destino. Está cansado
de volar siempre con los drones más modernos, así que esta vez
escoge un viejo modelo 202 del año anterior que ha participado en
más de 100 misiones. Como no puede ser de otro modo, su destino es
Toronto.
Mientras
le dan el control del aparato él comprueba los mandos y pone música
(lo último de los Wild Patriots). Volumen a tope, y todo perfecto.
El objetivo ya lo conoce, el de siempre: acabar con todos los
enemigos, preferiblemente no civiles (puntúan menos), hasta agotar
la munición y regresar a la base... lleva una hora jugando y le
queda menos de la mitad de la munición. Solo ha abatido a siete
civiles y cuatro militares. Cada vez es más difícil darles.
Decide
sobrevolar un estrecho callejón lleno de desechos industriales;
parece prometedor. Ve algo que se mueve. Baja con cuidado para no
chocar con las paredes. Zoom. Enfoca. Zoom. Solo es una rata. No
puntúa, pero le dispara, haciéndola saltar a diez metros de
distancia, achicharrada. En ese preciso instante ve aparecer varias
personas de entre la basura. Van armadas. Una lleva un Small-Bazoka.
Es lo último que ve. Le han dado. La explosión hace que le duelan
los oídos. Esta cabreado y pega un puñetazo en el aire contra la
pantalla holográfica. - ¡Mierda! Ya no alcanzaré el Record
mensual. ¡Mierda! Tampoco podré jugar en dos días...
Ve
su puntuación. Efectivamente, no alcanzará el Record, pero... sabe
que habrán enviado refuerzos a la zona. Si tuviera la suerte de que
encontraran algo importante allí, él sería recompensado (son las
reglas); y si fuera algo verdaderamente importante, algo que
inclinara la guerra a su favor...
Mientras
imagina como sería que lo nombraran Record-Absoluto de Dron Wars III
y que el propio Ministro de la Guerra lo condecorara, abandona la
cabina de juego y la habitación. Pasa por la de su hermano pequeño,
Ronald Felipe, pero no lo ve. Ve la luz roja de su cabina. Sonríe.
Debe estar jugando al Sapper Dron III (sólo tiene seis años).
¡Haciendo patria desde bien pequeño, como debe ser! Luego le
preguntará cuantas minas ha desactivado, le faltan pocas para pasar
de nivel...
Algún
día los dos jugarán en las Wars Reales; y dependiendo de sus
puntuaciones lograrán un puesto de trabajo en la sociedad. Pero para
eso aún faltan varios años. Y quien sabe si el enemigo seguirá
siendo Canadá o no. Que importa, piensa. ¡Mientras haya
guerras! Decide que está aburrido de pensar y llama a un amigo, Will
Mariano.
Al
final parece que se le presenta un buen plan: van a ir a molestar
pobres al parque cercano. WM ha visto varios desde su balcón. Tienen
que darse prisa si no quieren que se les adelante la policía...
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