Hace
ya 20 años que visité las cárceles de Wall Street. Todos conocemos
la historia del siglo XXI, pero aún así causaba y causa impresión
ver el lugar en el que se fraguaron las políticas del “Siglo del
Genocidio”. Ni siquiera en el siglo XX, se alcanzaron tales cotas
de muerte, sufrimiento y hambre innecesarias. Pero todo eso ya lo
sabéis...
La
sensación al entrar al recinto me resultó sobrecogedora. Era como
si hubieran metido toda una calle en una cápsula del tiempo. No sólo
los edificios y coches antiguos, también la atmósfera parecía
haber sido preservada. Símbolos de adoración al dinero y la patria
por doquier, ostentación, lujo, consignas machistas y mercantilistas
en forma de vallas publicitas... era mucho peor de lo que podía
deducir por los registros gráficos.
Paseábamos
todo el grupo, unos diez estudiantes de último curso, por lo que
mucho tiempo atrás fue una populosa avenida y ahora era y es un
patio carcelario, mientras los dos guías nos explicaban como incluso
se utilizaban coches para ir de un extremo a otro de la calle, y yo
pensaba en como debía haber sido la vida en aquella época para los
que no eran ricos; cuando de repente casi me di de bruces con él.
No
estaba preparada. No en ese momento. No así. Nos habían dicho que
podríamos verlos desde la sala aérea, sin que nos vieran. Eso era
otra cosa. Pero yo tenía enfrente de mi al que fuera el último
presidente de los EE.UU. (los de Norteamérica). Apenas fue un
instante. Enseguida se alejo de mí, al tiempo que unos guardias de
seguridad se acercaban a él. No se mostró violento, no dijo nada;
pero sus ojos, sus intensos ojos azules... parecían tan cansados...
Nos
dijeron que había sido un desafortunado error. Nos pidieron
disculpas. Y nos mostraron dependencias que normalmente no se enseñan
a los visitantes para compensarnos: las cocinas, la biblioteca, la
zona de trabajo voluntario. Pero nos nos dieron ninguna explicación.
Nadie nos dijo como era posible que un preso (y no precisamente uno
cualquiera) estuviera en el patio durante una de las visitas. El
grupo no habló de otra cosa durante el resto del trayecto.
Finalmente
nos condujeron a la sala aérea, que provoco en mí, y creo que
también en el resto, un impacto menor de lo esperado, quizá debido
a mi anterior encuentro. Allí estaban todos los genocidas del
gobierno de coalición mundial que se formó durante el siglo XXI:
ex-presidentes de gobierno, banqueros, especuladores financieros,
nobles y demás ralea que pobló los centros de poder de la humanidad
durante siglos. Allí, en pleno siglo XXIII, vivos gracias a la
inmortalidad que ellos mismos se otorgaron, en un mundo donde la pena
de muerte no tiene cabida. Condenados, tras los famosos “Juicios de
Wall Street”, celebrados en las antiguas dependencias de la bolsa,
a cadena perpetua.
Les
cuento todo esto porque después de tanto tiempo lo que más recuerdo
son esos ojos; que me siguen mirando en sueños, esperando su
oportunidad para poder por fin descansar...
Señores,
no les pido que cometan una atrocidad, pero si que pongan a su
alcance los medios para que aquellos del grupo de Wall Street que
quieran pongan fin a sus vidas. Hace tiempo que tenemos el antídoto.
Solo hay que dárselo. Lo contrario sería cruel. Es cruel. Sería
volver al pasado. ¡Enterrémoslo!
Por
cierto el preso de ojos azules, se había escapado tan solo para
regar sus bonsáis; son muy delicados...
Con
este discurso Victoria Campoamor, Presidenta de la República
Mundial, terminó con los 217 años de cautiverio del grupo de Wall
Street (ninguno rechazó el ofrecimiento, siquiera se lo pensó, ni
pidió otra cosa más que morir); con ellos desapareció lo que
quedaba del capitalismo en la tierra... aunque no del todo... siempre
podéis visitar un museo...
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