Mientras
Juana se come el bocata en silencio piensa en lo jodida que es la
vida. Ella ha tenido suerte. Ha nacido y vive dentro del Sistema.
Pero los que están fuera... pobres desgraciados.
El
bocata es de pan de algas y chorizo de neo-cerdo ©,
que es lo mismo que decir que es de la misma mierda que come todos
los días. Existen cinco variedades de carne, dos de ellas de ave, y
tres de pescado, y todas saben igual. Ya tiene mérito la cosa, ya –
piensa con el último bocado en la boca. Y ella puede dar las
gracias...
Sonríe
para sí misma, se levanta y agarra fuerte su arma de microondas.
Empieza la ronda por la antigua calle Preciados, ahora convertida en
zona fronteriza en los límites de la civilización. Su trabajo es
sencillo, si se cruza con alguien que no aparece como autorizado en
su escáner debe dispararle. Si logra matarlo tiene que incinerar el
cadáver para que otros caníbales no vengan a por los despojos.
Deben
estar pasándolo realmente mal; quemar los cuerpos es nuevo, nunca se
habían comido a los suyos – piensa mientras apunta a lo que cree
que es un caníbal agazapado sobre un bulto. Dispara una ráfaga y ve
un cuerpo caer. El silencio lo llena todo de nuevo. Se acerca
despacio, mirando las desvencijadas estructuras y azoteas que la
rodean. Los edificios hace tiempo que perdieron sus paredes, pero aún
así hay que ser precavida.
Cuando
esta a diez metros vuelve a disparar. El cadáver salta como una
marioneta y vuelve a caer. Se acerca más y le empuja con el pie.
Esta muerto. Bajo él, una bolsa de basura grande medio llena,
probablemente robada de la zona residencial. Todo un tesoro para esta
gente, que el muerto, por lo que parece, no tenía intención de
compartir.
Se
aleja unos metros y pone al máximo el potenciómetro de su fusil de
asalto. Dispara una ráfaga e inmediatamente el cadáver y la bolsa
comienzan a arder, hasta finalmente convertirse en una masa informe,
incrustada a lo que queda del asfalto.
Se
da cuenta de que ha agotado la pila; la cambia rápidamente; no le
gustan las sorpresas. El olor a carne quemada no le disgusta. Se
aleja un poco más y se esconde tras un inmenso trozo de hormigón,
del tamaño de una bañera, caído de algún edificio. Mientras
permanece escondida el olor a chamuscado vuelve a alcanzarla y piensa
en las compañeras que pillaron comiendo carne; la mayor parte de
ellas buena gente, pero demasiado viejas para llenar el cupo y
conseguir las calorías suficientes para subsistir... aún así no es
buena idea quitarte el casco; y menos para cometer canibalismo.
Quitarte
el casco supone que un dron estará en la zona en menos de dos
minutos grabando lo que no ha grabado el casco. El canibalismo esta
condenado con pena de muerte, y el mismo dron la ejecuta... no es
agradable encontrarte con el casco abandonado de alguien conocido
mientras haces la ronda. No lo es; pero es un tema tabú. Nadie habla
de las desaparecidas.
Oye
ruido. Ha acertado, el olor ha atraído a más caníbales: dos, tres
cuatro... y qué poco precavidos son. Deben estar realmente
hambrientos. Por un instante la codicia le vence y valora la
posibilidad de intentarlo sola, pero rápidamente recapacita. Son ya
por lo menos seis. Activa la alerta silenciosa y sonríe; siempre le
hizo gracia esa expresión; todas las comunicaciones son silenciosas,
tan solo tiene que pensarlas...
Cuarenta
segundos más tarde llega la ayuda que esperaba. Es María. La conoce
superficialmente. Es rápida y de fiar, y siempre se ha sentido
atraída por ella. Sin hablar, se ponen de acuerdo. Atacan por dos
flancos. La “operación” dura exactamente veinte segundos. Hay
siete caníbales muertos. Y eso son muchas calorías a cambio...
Amontonan los cuerpos; las dos sonríen mientras aprietan sus
gatillos y observan la pira de cadáveres. Podrían intentar repetir
la jugada, pero están cansadas, y no creen que los caníbales sean
tan tontos...
Al
volver al Sistema, se van directamente al bar a celebrarlo. No
deberían despilfarrar los puntos que han ganado hoy, pero no les
importa. Piden dos “meta-con-hielo”. Pasarán un poco de hambre
al día siguiente y ya está; de todas formas, están cansadas de
comer esa neo-mierda. No hay otra cosa desde “la extinción
global”, pero eso no evita que sepa horrible... como a exceso de
testosterona...
Mientras
saborea su tercera copa, y María le está contando algo sobre la
última vez que ligó, Juana piensa en lo irónico que resulta que un
puñado de hombres se salvaran sólo a sí mismos (y que ningún otro
ser vivo pluricelular del planeta sobreviviera a la infección, ni
respondiera al tratamiento) para después acabar modificando su
genoma y producir hasta ocho tipos diferentes de seres vivos aptos
para el consumo humano; y recrear el otro sexo... su sexo... ellas. Y
después morir, devorados por su propia vacuna.
Tras
la última copa, María la invita a su apartamento. Acepta sin
pensárselo. Es pequeño y funcional, como todos. El deseo las inunda
desde hace rato. Así que no pierden el tiempo. Sexo de alta
intensidad. Mucho. Horas después, agotadas, quedan rendidas sobre el
colchón.
El
último pensamiento que cruza la mente de María antes de quedar
plácidamente dormida es: “Hombres ¿quién los ha necesitado
jamás? Siempre jodiendo. Y que mal sabor le han dado a la
comida...”. Juana, medio dormida sonríe, no se sabe si evocando de
nuevo la ironía de que los genes de aquellos que durante siglos
doblegaron el mundo a su antojo sean la base de una nueva esperanza,
o pensando en los preciosos pechos de su compañera...
Mañana
será otro día y nuevamente tendrán que salir a cazar a los
desgraciados que quedaron fuera del “Sistema” y no tienen nada
que comer, a los caníbales, pero eso será mañana y nosotros ya no
estaremos con ellas...
Magnifico silogismo que demuestra una vez más lo lobo que llegamos a ser pata con nuestra especia, bello eufemismo de una realidad que nos aboca a la crueldad del individualismo…
ResponderEliminarGracias... :)
ResponderEliminar