-
Bórrelo todo.
- ¿Está
usted seguro, señor? Es un proceso muy doloroso y...
-
¡Obedezca! Doloroso es lo que estoy viviendo ahora. Maldita la hora
en que conocí a ese tipo.
- Pero
aunque borremos esos datos de su memoria, usted podría volver a
encontrárselo. O a alguien parecido...
- Lo
segundo lo dudo. Jamás he conocido a alguien así, ni creo que
exista otro igual en los próximos dos mil años. Lo primero es
imposible. Está muerto. No podía permitir que intoxicara a nadie
más... y ahora saque inmediatamente de mi cabeza las absurdas dudas
e ideas que ese energúmeno introdujo en ella con su potente
dialéctica.
- Esta
bien señor, pero debo insistir en que le dolerá mucho. ¿No cree
que un buen terapeuta le podría ayudar? No creo que...
- ¿Sabe
lo que yo creo? Que se va a quedar sin trabajo como me siga tocando
las narices. ¡Dele al maldito botón y desintoxíqueme! Cuanto antes
vuelva a ser el multimillonario feliz y despreocupado que siempre he
sido mejor. ¡Ah! Y ya de paso borre también cualquier recuerdo de
mi primera esposa...
El
técnico-operario bajo la cabeza asintiendo y pulsó el botón. Una
oleada de alaridos rodeó la habitación durante un minuto. Después
silencio total. Tan solo el ruido provocado por el instrumental. Un
pinchazo (un potente opiáceo para calmar el dolor) más y todo había
terminado.
Cuando
el multimillonario despertó estaba en otra habitación. Una azafata
le hizo la pregunta de control.
- Buenas
tardes, señor. ¿Le dice algo el nombre de Jesús?
- No.
¿Por qué? ¿Debería? No lo había oído en mi vida...
- Por
supuesto que no señor. Su desintoxicación se ha completado con
éxito. Que pase usted un buen día.
El
millonario abandono la clínica en su volador privado. Jamás
recordaría porque había estado allí, ni que por unos días supo lo
que es tener remordimientos...
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