Julián
estaba jugando con dos viejos perros cerca de su casa, bajo el sol de
mediodía; estaba a punto de lanzarles otra piedra cuando vio algo
brillar en el suelo que llamó su atención. Su madre salió de la
choza para llamarlo a comer, justo a tiempo de ver cómo su pequeño
volaba por los aires.
Salió
corriendo, llorando y gritando, hacia lo que quedaba de su hijo: unos
cuantos trozos ensangrentados y una pequeña cabeza. Al pequeño le
había llamado la atención una bombeta sin explotar de una mina de
racimo. Mientras la madre y algunas vecinas recogían los restos, el
azar quiso que una de ellas encontrara un trocito de plástico junto
a uno de las manitas; había unos símbolos raros grabados.
Si
alguien de aquella tribu hubiera sabido español habría leído lo
que ponía en aquel inmundo fragmento de plástico: “Made in
Spain”.
En algún
país de África un pequeño de cuatro años había muerto atraído
por el brillo metálico de alguna pieza de la submunición de una
bomba de racimo.
En
España, ningún exministro de defensa tuvo problemas para conciliar
el sueño aquella noche...
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