Sudorosa,
saluda al sol por última vez, y continúa con los asanas
durante 20 minutos más, hasta terminar con un Paschimottanasana.
Acerca la mano al inductor y la deja reposar lánguidamente. Mientras
la batería del chip de su muñeca se carga (apenas un par de
minutos) piensa en todo lo que tiene que hacer ese día...
Una vez
alejada la ansiedad de su espíritu, se ducha. Despierta a su hija.
Se visten y desayunan, poco, porque ese es su deseo; si la ración
que tienen asignada fuera mayor, no por ello comerían más;
simplemente han comprobado que no lo necesitan.
Es una
mujer delgada y fibrosa. El mono que lleva, de color naranja, delata
que es una trabajadora de nivel 2; podía haber llegado a ser un
nivel 3, o incluso un 4, pero nunca tuvo esa ambición. Desde ahí no
se puede cambiar el mundo.
Su hija
es una niña de siete años, inquieta, morena y sonriente, que
compagina trabajo y estudio, como todos los niños de su edad (la Ley
de Productividad así lo estipula). Viste un mono rosa, como todos
los menores. Ya no añora a su padre...
Salen de
casa y se dirigen a sus puestos: una hora andando; la madre hacía la
cadena de montaje de “smart-papers” más grande de Europa, y la
segunda del mundo (por detrás de China); la hija hacia la EF
(Escuela-Factoría) que hay al lado. Por el camino se van encontrando
con otras compañeras y compañeros. Se van saludando sonrientes
mientras se cuentan las pocas novedades que ha habido desde el día
anterior. Un río multicolor se va formando, en el que grupos
forjados por la amistad flotan como burbujas.
-
¿Abonaste las plantas?
- Sí.
Están preciosas. ¿Y tú? ¿Has terminado de hacer la cometa?
- Claro.
Esta tarde iremos a probarla...
- ¡Eh!
¡Luis! ¿Vendrás esta tarde?
- No
contéis conmigo esta tarde. Voy a ir con mi hijo. Pero nos veremos
allí...
La
madre, Teresa, mira a los niños sonriente mientras juegan a ver
quien lanza las piedrecitas que van encontrando en el camino más
lejos; unos les dan puntapiés (son los que suelen ganar), otros
hierran una vez tras otra, levantando sólo polvo, pero algunos tan
sólo sonríen mientras sus piedrecitas van saltando delante de sus
pies.
- Si
pudiera verla su padre - piensa con tristeza.
Su padre
murió enfermo y agotado, víctima de la carestía provocada por la
dictadura que les oprime. Ella no pudo hacer nada – se enfada, el
pulso se le acelera un poco. Pero las cosas cambiarán algún día –
respira, comienza a realizar Kuksa Pranayama, se calma. No
quiere llamar la atención. No quiere que el chip active las alarmas
– respira. Eso le supondría una entrevista con ASESORÍA
CIUDADANA, y todo el mundo sabe que una vez entras allí, nadie sabe
si vas a salir, ni cómo...
Aparta
esos pensamientos de su mente. Su corazón se desacelera. No pasa
nada, es normal que si estoy andando mi pulso suba – piensa.
El chip
que todos llevan en la muñeca, incluidos los niños, registra las
constantes vitales y analiza varios cientos de parámetros
fisiológicos. No llega a leer el pensamiento, pero casi. Toda la
información es recogida por satélites. Si en algún momento la
conexión falla se activa un segundo chip... y una micro-descarga de
alto voltaje te fríe el hipotálamo.
Ya han
llegado. Se despide de su hija hasta dentro de 12 horas y se
concentra para vivir el presente. El trabajo que desempeña es tan
aburrido, tedioso y repetitivo que no merece mención...
Tras la
larga jornada Teresa y a su hija aún les quedan ganas de jugar. Son
las seis de la tarde. Teresa deja que su hija se adelante y juegue
con otros chavales. La explanada de las cometas está tan solo a diez
minutos del pueblo. Son unos veinte críos, con edades de seis a doce
años.
Cuando
llegan la explanada ya esta abarrotada de gente. Teresa sonríe.
Volar cometas es una de las pocas actividades de ocio permitidas por
el gobierno. Aunque, después de los atentados del 23-F realizados
con un tren de ocho cometas, con limitaciones: a no más de 60 metros
de altura, en los lugares y horarios asignados al efecto, con colores
neutros y prohibición total de cometas compuestas.
No
pierde de vista a su hija mientas saluda a conocidos y amigos.
Algunos de ellos, practicantes de yoga, como ella, otros no. Pero
casi todos felices de reunirse y compartir ocio y conversación por
un rato. Un vecino, después de contemplar a los niños, la mira y
sonríe. Ella le devuelve la sonrisa y los mira a su vez. Están
jugando a las canicas. Su hija no para de hacer carambolas; mueve
indice y pulgar con destreza, casi golpeando la bola, pero no lo
hace, sólo lo aparenta muy bien. ¿Cuantos habrá realmente como
ella? - se pregunta Teresa.
La
sirena que les avisa de que pueden empezar a volar las cometas
irrumpe en su cabeza. Los niños se lanzan hacia sus progenitores
reclamando sus artefactos voladores. No hace demasiado viento, así
que debería costarles un poco elevarlas y así lo hacen saber
algunos adultos, en voz alta: ¡Habrá que correr para elevar las
cometas! ¡Hoy no llegamos ni a brisa! ¡Como no sopléis!
Los
niños empiezan a correr de aquí para allá, intentando volar sus
cometas con mayor o menor fortuna, mientras los mayores se juntan en
pequeños grupos. Las conversaciones son desenfadadas y permiten
contemplar la evolución de las voladoras. Aquí no hay ganadores ni
perdedores, pero si acrobacias, admiración y diversión; y algún
que otro accidente...
Dos
niños han enredado sus cometas y un par de adultos deben acercarse a
ayudarlos. Teresa contempla a su hija manejar con pericia la
planeadora. Ella nunca tiene accidentes. Deberé advertirle de que
tenga alguno de vez en cuando para no levantar sospechas, piensa.
- Es
buena tu hija – le dice un vecino.
- Sí.
Pero tu hijo tampoco lo hace mal. ¡Mira lo que acaba de hacer!
- Por
cierto, ¿te queda hilo del que trajiste el otro día para prestarme?
Es que queremos hacer algunas modificaciones a la cometa.
- Claro,
pasaos luego por casa.
Cuando
los adultos hablan, son conscientes de que el gobierno les está
escuchando, viendo, analizando. No les importa; incluso lo prefieren
así. Mientras están entretenidos con ellos, intentando descifrar
códigos secretos en sus conversaciones que no existen, no prestan
atención a otras cosas...
De vez
en cuando alguno le dice a otro una frase absurda en mitad de una
conversación, del tipo: “Muy obediente tu salero” o “Viva el
perejil”. A veces solo por bromear, otras por mantener entretenidos
a los de VIGILANCIA CIUDADANA. Aunque alguna vez la cosa se ha ido de
las manos y más de uno ha pasado un mal trago intentando dar
explicaciones sobre el significado de lo que había dicho.
La
sirena vuelve a sonar. El tiempo pasa volando y las dos horas que un
trabajador (un ciudadano nivel 1 ó 2) tiene de ocio al día
terminan. Los niños recogen hilo e intercambian cometas; en menos de
cinco minutos todos están camino de vuelta. La escena se repite:
adultos hablando y niños impulsando hacia adelante las piedrecitas
del camino, cada uno a su manera.
Teresa
mira a su hija ilusionada y piensa lo que le gustaría decirle ahora
mismo y no puede: No hay cúpula, hija, ni organización. Ni
oposición posible al gobierno. Tan sólo yoga y meditación para
ser un poquito más libre. Con sinergia y esperanza en el futuro, y
vuestras asombrosas habilidades mentales todo es posible...
Teresa
sonríe, como tantos padres en tantas épocas anteriores, con la
sutil diferencia de que ella está viviendo los tiempos más
difíciles para la humanidad y su cambio quizá mas crucial.
Teresa
sueña, sueña con que los niños que ahora mueven piedrecitas,
canicas y cometas, mañana moverán montañas... y la risa de los
niños, clara y pura, lo inunda todo...
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